LA FIEBRE
En el gradual gemir de las estrellas
se extiende un alarido inexpugnable,
una hoja de raíces y de agua
rota por el deseo de ser savia.
Un muro crecerá por mi destino
de locura, dolor y penitencia,
me alzaré en la escabrosa cordillera,
juntando mis caderas con tu pelo.
Soy la mies elevada en la tormenta
que se junta al rumor de las acacias,
flexible como un junco en el verano.
El deseo aniquila mis pesares,
convirtiendo el dolor en desvarío
de una fiebre audaz y peligrosa.
EN LA MADRUGADA¿Comprenderás el nudo de las noches,
el latido brutal de mi extrañeza?
Como una lagartija escondo el aire
que ilumina las brasas, y las arde.
Yo soy tierra mezclada con el agua,
vivo en pozos profundos con enigmas,
y un sollozo prendido de unas alas
que remontan el vuelo con cansancio.
Tan largo como el fluir de los cabellos
es el corazón que el remanso sueña
en una madrugada limpia y pura.
Como un cristal recortarás mis puños
en la lucha del lino enredadera.
Es amar y morir, morir amando.
SOLITARIA
El ensueño se enreda con la vida,
tú no estás, no te siento, no te vivo,
y dejo mis alforjas en el límite
de lo que ha muerto pero aún respira.
Como un mar desprovisto de sus olas
se agita el sentimiento de la muerte,
la tierra se convierte en musgo, en Hades
de un telar con los goznes oxidados.
La soledad aúna la memoria
con las flores vencidas por los charcos
y tu nombre se borra de mis sueños.
Pero tu voz se cuela en las rendijas
amoratadas de un discurso ajeno
que embiste las palabras y las cosas.