Vivimos de fantasías, de ilusiones que nos persiguen insaciables, sobre todo por las noches, cuando hay silencio y todo está quieto y dormido. Allí nos arropan cómodamente la melancolía, que entre tristeza y soledad nos recuerda que el tiempo se va. Del otro lado de la cama está feliz, alerta y contante la fantasía, entremezclada con caras conocidas que no hemos vuelto a ver, y en ese instante vivimos esa especie de letargo nocturno seductor, prisioneros de sus múltiples encantos, sin esfuerzo, se nos va la voz, y tan solo susurramos. Hasta quedar agotados por el cansancio, el calor, o algún recuerdo grato.
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Hace 2 años